Una vez se ha diagnoticado el embarazo, la mujer se somete a varias pruebas diagnósticas. Lo primero de todo será el análisis de sangre que nos dará información sobre las características del grupo sanguíneo, existencia de anemía y diabetes. Estos análisis de sangre se realizan cada trimestre del embarazo.
Por otra parte, también se procede a los cultivos de orina para la detección de posibles infecciones de carácter asintomático. Y al final de la gestación, se realiza un cultivo vaginal para descartar la infección por estreptococo B. En caso de dar positivo y para evitar la contaminación e infección del recien nacido, se podrán administrar antibióticos durante el parte.
La anemía puede producir los típicos síntomas de cansancio y taquicardia pero no suele representar un problema de salud grave para la embarazada. Eso sí, hay un elevado número de embarazadas que debido al consumo desproporcionado de hierro poseen una anemía moderada y por eso deben realizarse los análisis para considerar la administración de hierro, aunque normalmente ya se suele dar por prevención, tanto en forma de viales como en comprimidos, dependiendo de la dosis.
Las otras enfermades que deben detectarse a tiempo son la hepatitis B, la rubéola, la sífilis, el VIH y la toxoplasmosis. Éstas pueden dañar gravemente al feto y es obligatorio conocer el estado de la madre para comenzar con el tratamiento, a excepción de la rubéola.
La toxoplasmosis es muy difícil de trasmitirse durante el embarazo. Es una enfermedad leve para el adulto pero muy grave para el feto. La infección se produce por un protozoo que se encuentra en carne poco hecha o en embutidos. Para diagnosticarlo, deben hacerse una pruebas para saber si existen o no anticuerpos contra la toxoplasmosis, ya que si la futura madre ya la pasó no hace fala proceder a un tratamiento.