Está científicamente demostrado que la leche materna posee características únicas como alimento, ya que aporta todos los nutrientes necesarios para el recién nacido. Pero no siempre una madre, por muy mal que le sepa, puede dar el pecho a su bebé y por este motivo se requiere una leche de fórmula para alimentarlo.
La leche materna pasa por diferentes fases antes de convertirse en lo que se conoce como leche madura. Durante los primeros días (2-5 días máximo) la mamá expulsa el calostro, una leche muy amarilla y espesa que empieza con un volumen pequeño (100-150 ml/24h) los días iniciales y, posteriormente, aumenta su volumen hasta llegar a los 400-700 ml/24h al quinto día de postparto, que suele ser la cantidad normal que se segrega al día (estos datos pueden variar entre mujeres). La diferencia de volumen tiene una explicación sencilla: los riñones del bebé, al principio, no pueden filtrar ni tratar cantidades grandes de líquido, por lo que la osmolaridad y densidad del calostro se van adecuando a medida que pasan los días.
Sea cual sea dicha cantidad segregada es suficiente para alimentar al bebé puesto que el calostro se compone de:
- Grasa (hasta 2,5 g cada 100 ml)
- Proteína (hasta 2-3g de proteína cada 100 ml)
- Lactosa (hasta 4-5 g cada 100 ml) compuesta por: glucosa y galactosa
- Minerales
- Lactoferrina
- Vitaminas y aminoácidos
- Agua
Estas cantidades aportan entre 55-70 KCal de energía cada 100 ml, mucho menos que la leche madura. Entonces, ¿qué hace que el calostro sea tan especial? Pues que a comparación con la leche madura o normal de la madre, éste contiene mayor cantidad de proteínas, sodio, zinc, carotenos y vitaminas liposolubles (K,E y A sobretodo). El caroteno, al estar en elevada concentración, confiere a esta leche la tonalidad amarilla tan característica.
El calostro: el primer sistema inmunitario del bebé
Los nutrientes no es la parte más fundamental del calostro, sino que éste incorpora inmunoglobulinas, en especial IgA, que junto con los oligosacáridos (20-22 g/L) y los propios limfocitos y macrófagos que contienen, se convierten en el primer sistema inmunitario del bebé y la primera barrera de protección interna frente a bacterias y otros gérmenes que provengan del exterior. Se transfiere al bebé su primera memoria para seguir produciendo los anticuerpos adecuados que le acompañarán el resto de su vida, y además, se realizan una serie de funciones básicas para el organismo:
- Las inmunoglobulinas se encargan de fortalecer y revestir el tejido inmaduro del tracto digestivo, y esto hace que no se depositen o se infecte de bacterias, virus, parásitos u otro tipo de patógeno.
- La IgA protege las mucosas del bebé y también la glándula mamaria de la madre
- Los antioxidantes, caracterizados por la elevada concentración de vitamina E, ayudan a evitar la aparición de enfermedad hemorrágica junto con las quinonas que también contiene el calostro.
- La presencia de factores moduladores del crecimiento hace que se estimule de forma natural los mecanismos y sistemas de desarrollo del recién nacido.
- Aumenta la producción del lactobacilo Bifidus en el intestino del bebé (lúmen intestinal).
- De los aminoácidos que el bebé no puede sintetizar y recibe de la madre, es la taurina el más importante ya que es vital para la actividad cerebral, el desarrollo de la retina y la conjugación de los ácidos biliares.
- Las grasas que contienen tanto ácidos saturados como poliinsaturados son esenciales para la formación de ácido araquidónico y el docosahexanoico. Y es que ambos son partícipes de dar origen a la mielina que recubre el sistema nervioso del bebé y ayudan a forma la sustancia gris.
Esto último acerca de las grasas, se comprende mejor con el ejemplo dietético en la madre. Durante el embarazo, se recomienda la ingestión de ácido linoléico y linolénico, pues son estos ácidos de cadena larga los precursores del ácido araquidónico y docosahexanoico, y que se incorporarán en la leche materna para dicha función.
Componentes de la leche madura
Tras el calostro se produce un período de tiempo en el que la madre expulsa la leche de transición con un significante aumento de volumen de leche. Tras esto, la producción y las características de la leche se van normalizando hasta llegar a lo que conocemos como leche materna propia o leche madura.
La leche madura ya contiene hidratos de carbono, proteínas, minerales, vitaminas y grasas. El agua es el mayor elemento llegando al 80-88% del total de la leche. Esto es debido a que el líquido se empieza a adaptar a la osmolaridad del plasma sanguíneo y los riñones empiezan a responder a más cantidad de líquido para filtrar. En la leche madura, existe también presencia de hormonas y enzimas específicas.
Las proteínas representan la otra proporción destacada de los componentes de la leche madura. En ella podemos encontrar:
- Caseína formada por caseinatos y fosfato de calcio con una presencia aproximada del 30-35% del total de las proteínas.
- Suero proteico formado por alfa-lactoalbúmina, beta-lactoglobulina, glicoproteínas, lactoferrina (actúa como antimicrobiano), prostaglandinas, factores de crecimiento, hormonas, lisozima (bacteriostático) y prostaglandinas conformando un 65-70% del total de la parte proteica de la leche materna. De las inmunoglobulinas, sigue destacando la IgA (y la IgG) pero en menor concentración cuando se compara con el calostro.
¿Cómo se adapta la leche de fórmula a la leche materna?
Partiendo de la base de que el ser humano es el mamífero que menos concentración de proteínas tiene en su leche, la fórmula para adaptar la leche se basa en la leche de vaca modificada. Esta leche pasa por todo un proceso de adaptación y modificación hasta asemejarse lo máximo posible a la leche de la madre ya que ésta última es mucho más digestiva y nutritiva.
La leche de vaca natural no se puede dar a los niños hasta que no alcanzan como mínimo los 3 años de edad porque los riñones no podrían aguantar concentraciones elevadas de proteínas y minerales. Por este motivo, se hace necesario una leche adaptada. El objetivo final de los productores de leche de formulación es aumentar el grado de compatibilidad con el bebé aportando lo mismo nutrientes y facilitar, en la medida de lo posible, el proceso digestivo del bebé.
Estas leches tienen su presentación habitual en formato polvo, aunque también las hay líquidas. La leche en polvo se diluye en agua a partir de una concentración determinada según el peso del bebé y que viene establecido en el envase. La proporción entre leche y agua nunca puede alterarse sino es por un consejo médico. No hay que rebasar la cucharilla porque puede descompensarse esta proporción y originar un hipernatremia, es decir, un aumento de sodio en la sangre que acaba provocando la deshidratación del bebé.
Cuando se sobrepasan los 6 meses de edad, la madre puede optar por la leche de continuación ya que la fórmula se vuelve otra vez a adaptar a las necesidades actuales del pequeño o la pequeña. Suelen contener más minerales, sobretodo calcio y hierro, aunque la presencia de grasas y vitaminas también está controlada. El objetivo es el crecimiento adecuado del bebé e iniciar el proceso de adaptación a otros alimentos.
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